Estamos programados para poder comunicarnos y comprendernos sin palabras, a través de las emociones, que conforman un idioma universal innato. Estamos dotados para este idioma a menos que seamos psicópatas ( personas incapaces de sentir por los demás, que representan un porcentaje muy pequeño de la sociedad ).
Para casi todos nosotros las emociones que nos habitan son desconocidas. Durante siglos dedicamos nuestros esfuerzos a sobrevivir físicamente y dicha tarea nos ha ocupado casi por entero, pero superada esa fase de supervivencia, en el mundo actual, donde priman la autonomía personal y los cambios permanentes, requerimos una alfabetización emocional de la que carecemos. Si aprendemos a ser dueños y no esclavos, de nuestras emociones, podremos compartir, convivir y colaborar en paz.
No es sólo el desconocimiento del mundo emocional el que nos impide acercarnos a los demás. La indiferencia también ha de ser un elemento que frena nuestra capacidad de empatia. Dicha indiferencia se ampara en las prisas, la ignorancia o simplemente el desinterés. Para evitar esto debemos dedicar parte de nuestro tiempo al presente, mirar, tocar y escuchar para conectar con las emociones de los demás.
Saber como gestionarlas para desactivar sus efectos cuando estos sean nocivos y exagerados.